Julio Ibarra: más que papá de mi mamá, es mi abuelo.

by - noviembre 27, 2014

Si tuviera que elegir tres palabras para describirlo serían: bondad, fuerza y dedicación. 

Julio Ibarra es el nombre del que más que papá de mi mamá, es mi abuelo. Y no, nunca lo llamé así porque me parece una palabra muy dura para describir semejante dulzura. Para mi siempre serán abuelitos y nada más.  

Él antes de ser mi abuelito fue un joven con sueños, metas y aspiraciones como yo, amante del arte, de su madre y de la vida, pero sobretodo de Juanita, la que sería su futura esposa convirtiéndose así en mi abuelita. Julio solía ser un bailarín, divertido y testarudo, según las miles de historias que escuché de su boca mientras tomaba su taza de café y ponía las manos juntas con una sonrisa de oreja a oreja mostrando su dentadura, esa que con tantos defectos era perfecta, era sincera. Estoy segura que sonreía tanto porque al contarnos todas sus aventuras, las volvía a vivir y lo disfrutaba, era eso o que le parecía fascinante tener la oportunidad de contarle a sus nietos que con los ojos bien abiertos escuchábamos atentamente todo lo que había vivido en su juventud, y entonces éramos nosotros los que lo vivíamos con él. 

Aparte de joven, esposo de Juanita, aventurero, papá de mi mamá y abuelito, Julio también era un artista, pero de esos en serio, de los que vivía de y para  eso. Si me preguntan cómo recuerdo a mi abuelito, siempre voy a contestar que trabajando. Si tuviera que describirlo, siempre sería con barro en manos y ropa. Y aunque él creía que se veía fachoso, en realidad se veía como todo un experto en su área, incluso con los pantalones o zapatos rotos y llenos de esmalte, inspiraba respeto a todo el que lo conocía.

Recuerdo perfectamente las tardes de mi infancia sentada a su lado con un libro de Rius en mis manos, a esa edad no tenía idea quién era él o de qué trataban sus libros, sólo me parecía gracioso que tuviera tantos dibujitos. Y entonces, le leía en voz alta su contenido. Él se quitaba los lentes y algunas veces cerraba los ojos como para concentrarse más, o así lo creía yo, hoy que lo pienso posiblemente lo hacía para tratar de entender lo que decía leyendo una letra a la vez. Pero parecía gozar de nuestro momento, y cuando preguntaba el significado de alguna palabra, el abría el diccionario que siempre tenía a su lado y la buscábamos. Aprendíamos. Y seguíamos jugando a leer y escuchar.

Años más tarde, recuerdo tener mis primeros debates con él, si con alguien aprendí a debatir, fue con él. Y no porque me hubiera enseñado paso a paso, si no porque tenías que encontrar la manera de poder ganarle a sus argumentos. Nunca funcionaba, pero muchas veces terminé enojada. Con la vida, con mis vanos argumentos o conmigo, pero nunca con él. Don Julio tenía eso de su lado, nunca podías permanecer enojado con él, aunque fuera muy caprichoso, simplemente no se podía.

De él y sus miles de cicatrices aprendí que no importa si caes, si te lastimas o si duele, hay que seguir. El trabajo, la vida y las oportunidades no esperan a que termines de sanar. Pones un pedazo de "masking tape" en la herida, y si te preguntan que pasó, sólo sonríes y contestas "es una cosita de nada" y sigues adelante.

Y bueno, aparte de joven, esposo de Juanita, aventurero, papá de mi mamá, abuelito, debatiente y artista,  Julio Ibarra era traficante. Y de los mejores.  Desde hace 25 años que nació su primera nieta hasta sus últimos días lo recuerdo perfectamente haciendo (bajo el agua)  tráfico de dulces, chocolates y billetes. Siempre a espaldas de abuelita, siempre a escondidas de los papás de sus nietos, siempre como si no pasara nada. Y esa cara alzando las cejas y poniendo ojos de "cuidado, que no nos vean" será siempre mi rostro favorito, y estoy muy segura que el de todos mis primos también.

Creo que no existen palabras reales que lo puedan describir, ni a él ni a su gran corazón, su amor por su familia, su generosidad con los necesitados y sus ganas de vivir. Podría escribir párrafos y párrafos, pero sólo los que tuvieron la fortuna de conocerlo, sabrán de lo que hablo.



Julio Ibarra  aparte de joven, esposo de Juanita, aventurero, papá de mi mamá, abuelito, debatiente, artista, traficante y cómplice.. ahora se ha convertido en mi ángel de la guarda. El mejor de todos. Y aunque me duele su ausencia física, lo siento tan presente en mi vida que estoy segura que lo está. Días antes de partir prometió siempre cuidarme y siempre estarme viendo, hoy sé que lo está cumpliendo, lo siento. Más que reprocharle a Dios el haberme quitado a uno de los héores de mi vida, creo que estoy agradecida de haberme dado la oportunidad de ponerlo en mi camino.




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