Julio Ibarra: más que papá de mi mamá, es mi abuelo.
Si tuviera que elegir tres palabras para describirlo serían: bondad, fuerza y dedicación.
Julio Ibarra es el nombre del que más que papá de mi mamá, es mi abuelo. Y no, nunca lo llamé así porque me parece una palabra muy dura para describir semejante dulzura. Para mi siempre serán abuelitos y nada más.
Él antes de ser mi abuelito fue un joven con sueños, metas y aspiraciones como yo, amante del arte, de su madre y de la vida, pero sobretodo de Juanita, la que sería su futura esposa convirtiéndose así en mi abuelita. Julio solía ser un bailarín, divertido y testarudo, según las miles de historias que escuché de su boca mientras tomaba su taza de café y ponía las manos juntas con una sonrisa de oreja a oreja mostrando su dentadura, esa que con tantos defectos era perfecta, era sincera. Estoy segura que sonreía tanto porque al contarnos todas sus aventuras, las volvía a vivir y lo disfrutaba, era eso o que le parecía fascinante tener la oportunidad de contarle a sus nietos que con los ojos bien abiertos escuchábamos atentamente todo lo que había vivido en su juventud, y entonces éramos nosotros los que lo vivíamos con él.
Aparte de joven, esposo de Juanita, aventurero, papá de mi mamá y abuelito, Julio también era un artista, pero de esos en serio, de los que vivía de y para eso. Si me preguntan cómo recuerdo a mi abuelito, siempre voy a contestar que trabajando. Si tuviera que describirlo, siempre sería con barro en manos y ropa. Y aunque él creía que se veía fachoso, en realidad se veía como todo un experto en su área, incluso con los pantalones o zapatos rotos y llenos de esmalte, inspiraba respeto a todo el que lo conocía.
Recuerdo perfectamente las tardes de mi infancia sentada a su lado con un libro de Rius en mis manos, a esa edad no tenía idea quién era él o de qué trataban sus libros, sólo me parecía gracioso que tuviera tantos dibujitos. Y entonces, le leía en voz alta su contenido. Él se quitaba los lentes y algunas veces cerraba los ojos como para concentrarse más, o así lo creía yo, hoy que lo pienso posiblemente lo hacía para tratar de entender lo que decía leyendo una letra a la vez. Pero parecía gozar de nuestro momento, y cuando preguntaba el significado de alguna palabra, el abría el diccionario que siempre tenía a su lado y la buscábamos. Aprendíamos. Y seguíamos jugando a leer y escuchar.
Años más tarde, recuerdo tener mis primeros debates con él, si con alguien aprendí a debatir, fue con él. Y no porque me hubiera enseñado paso a paso, si no porque tenías que encontrar la manera de poder ganarle a sus argumentos. Nunca funcionaba, pero muchas veces terminé enojada. Con la vida, con mis vanos argumentos o conmigo, pero nunca con él. Don Julio tenía eso de su lado, nunca podías permanecer enojado con él, aunque fuera muy caprichoso, simplemente no se podía.
De él y sus miles de cicatrices aprendí que no importa si caes, si te lastimas o si duele, hay que seguir. El trabajo, la vida y las oportunidades no esperan a que termines de sanar. Pones un pedazo de "masking tape" en la herida, y si te preguntan que pasó, sólo sonríes y contestas "es una cosita de nada" y sigues adelante.
Y bueno, aparte de joven, esposo de Juanita, aventurero, papá de mi mamá, abuelito, debatiente y artista, Julio Ibarra era traficante. Y de los mejores. Desde hace 25 años que nació su primera nieta hasta sus últimos días lo recuerdo perfectamente haciendo (bajo el agua) tráfico de dulces, chocolates y billetes. Siempre a espaldas de abuelita, siempre a escondidas de los papás de sus nietos, siempre como si no pasara nada. Y esa cara alzando las cejas y poniendo ojos de "cuidado, que no nos vean" será siempre mi rostro favorito, y estoy muy segura que el de todos mis primos también.
Creo que no existen palabras reales que lo puedan describir, ni a él ni a su gran corazón, su amor por su familia, su generosidad con los necesitados y sus ganas de vivir. Podría escribir párrafos y párrafos, pero sólo los que tuvieron la fortuna de conocerlo, sabrán de lo que hablo.

0 comentarios