Las calles que parecían tan irreales. Con su empedrado y musgo natural. Con aquellas ventanas llenas de macetas coloridas. Y todas esas motos estacionadas ahí afuera. Todo parecía perfecto, el clima parecía estar a nuestro favor, el sol rozaba nuestra piel haciéndola lucir mas tersa y mas pura. Sus ojos estaban clavados en los míos, haciéndome creer que era la mujer más bella de todo el universo. Pero no había otro momento transcurriendo en ese instante. El mundo giraba a nuestro al rededor. Los murmullos de la gente comenzaban a alejarse, y el paisaje hermoso era tan nuestro como los suspiros que salían de nuestros pechos. Ningún momento como ese volvió a pasar en mi vida. Desde entonces, hace diez años, sigo esperando que pueda repetirse semejante sensación aunque Joel se haya olvidado de mi siete años atrás, después de ver el sol meterse aquella tarde en las calles empedradas con su musgo natural.