Ella solía beberse los recuerdos en una taza de café. No lo hacía muy seguido, sin embargo, si la veías bebiéndolo, sabías que estaba pensando en algo de su pasado. 

Nunca pensaba en el futuro, era algo que le daba más temor que las tormentas y las noches de soledad. Le aterraba imaginar dónde podría estar en unos años más, ya que posiblemente no estaría en el mismo lugar, ni con las mismas personas. 

Ella creía en el amor a primera vista, ese tipo de amor que te llena el corazón al ver una persona, no precisamente enamoramiento. No le pasaba muy a menudo, pero cuando sucedía, deseaba que ese momento durara para siempre, odiaba la idea de ver un rostro y dejar de verlo para siempre, y era algo de todos los días. 

Le gustaba escribir sus pensamientos, era una manera de ponerle nombre a lo que sentía, y era algo que no lograba decir en voz alta, únicamente en las letras que le permitían crear un mundo entero con tan sólo acomodarlas diferente. 

Ella sentía que al cortar su cabello se estaba regalando un poquito de libertad, que tener una cabellera larga la ataba a la vanidad de tener que arreglarlo todo el tiempo. 

Odiaba mirar el reloj, sentía que el tiempo corría de distinta manera a lo que esos aparatos marcan, no cree que los sesenta segundos de un minuto duren lo mismo cuando se regala un beso que cuando se siente roto el corazón. 

Ella disfrutaba de escuchar a personas hablar, de sus vidas, del clima, del último libro que han leído. Le parecía exquisito darse cuenta de lo intresante que puede ser el hecho de que una persona abra la boca y emita sonidos con un significado más allá de lo literal. 

Ella amaba, con locura. Como cuando entregas todo en los primeros quince minutos de hacer algo que haz deseado hacer toda tu vida, exactamente así. No pensaba en las consecuencias ni en el dolor que podría llegar a sentir su tan preciado corazón. Se entregaba y así nomás.

Nunca supo terminar un texto, pues le parecía tremendamente triste decidir que palabras sí y cuáles no deberían formar parte de él.