
Parecía una de esas mujeres difíciles de decifrar y su presencia seguro sería un reto intelectual.
Normalmente huyo de los problemas pero ella me invitaba a quedarme con tan sólo sonreír.
2 clichés, media quincena en una cena y veinticuatro rosas después, era suyo. Era mía.
Tal como lo imaginé, esa mujer era el huracán que había llegado a mi vida.
Algunas veces me intimidaban aquellas frases que decía de repente después de pasar horas con la mirada perdida en silencio, pero después me tranquilizaba con un beso, como recordándome que nuestras almas eran iguales.
A su lado me leí veinticinco libros que jamás hubiera abierto, conocí la magia que guarda una taza de café en la madrugada y aprendí que a sus ojos mi cicatriz era una historia.
Quince idas al cine, trece canciones dedicadas y unas tantas sábanas manchadas después, la rutina comenzaba a apoderarse de nosotros.
El café comenzó a saberme mal, las canciones a aburrirme y dejé de recordar siquiera que mis cicactrices existían.
Dos tazas de té, un pedazo de pastel y palabras suyas y algunas mías después, decidimos separarnos.
Doscientos cuarenta y tres días a su lado y ahora uno sin ella me parecía de lo más extraño.
Las luces neón provenientes del anuncio del motel en el que pasé la prmera noche me recordaron aquella mujer con la mirada penetrante y sonrisa hermosa iluminada por las luces de los juegos mecánicos.
Horas después la brisa proveniente de la ventana me despertó. Recordé aquellos días en que estuvo a mi lado. La extrañé pero volví a dormir.
La vida lucía tonos opacos y algunas veces me detenía a pensar si sería mejor llamarle y correr a su lado de nuevo. Es difícil de entender que de pronto llega el momento en que debes dejar todo de lado, los recuerdos, esos malditos recuerdos que sin esfuerzo permanecen más vivos que nunca. La vuelvo a extrañar.
Veinte noches de insomnio, incontables cervezas y varias llamadas de madrugada después, la encontré en la calle. Lucía bella, más bella que nunca. Sonrió al verme. Esa sonrisa que llegó a ser mía en algún momento. La quiero de vuelta.
Un café, tres horas de plática y veinticinco pesos de propina después, éramos nuestros.
La vida lucía tonos opacos y algunas veces me detenía a pensar si sería mejor llamarle y correr a su lado de nuevo. Es difícil de entender que de pronto llega el momento en que debes dejar todo de lado, los recuerdos, esos malditos recuerdos que sin esfuerzo permanecen más vivos que nunca. La vuelvo a extrañar.
Veinte noches de insomnio, incontables cervezas y varias llamadas de madrugada después, la encontré en la calle. Lucía bella, más bella que nunca. Sonrió al verme. Esa sonrisa que llegó a ser mía en algún momento. La quiero de vuelta.
Un café, tres horas de plática y veinticinco pesos de propina después, éramos nuestros.
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