Mi cama se ha roto.
Mi cama se ha roto.
Han azotado las maderas en el suelo creando un sonido estruendoso.
En mi intento por arreglarlo, he raspado mi rodilla.
Veo la sangre correr por mi pierna e intento no llorar, las lágrimas no son provocadas por la herida superficial que ha causado la madera suelta. Los pensamientos son los que nublan mi mente.
Recuerdos que llegan a mí en el momento inadecuado. Pienso en ti y en que podrías haber solucionado esto, las maderas, digo. Pienso en que un día lo olvidaste cuando pudiste. Pienso en mi abuelo y su secreto para sanar mi rodilla. Pienso que ya no está aquí para ayudarme.
Respiro profundo. No logro saber si me cuesta respirar o es que le falta ventilación a la habitación.
Comienzo a tomar las maderas y las coloco en su lugar. Ignoro la sangre y el dolor de la carne abierta. Ignoro mis pensamientos y me concentro en arreglar lo que ahora está en mis manos.
Me miro al espejo y pienso que me encuentro en el lugar de siempre. Diferente escenario y personajes, misma confusión. De nuevo intento encontrar la respuesta al por qué nunca
Pienso de nuevo en ti. En lo bien que la pasamos. El dolor de la rodilla me recuerda que estoy sangrando y tengo que limpiar ese desastre. Y sí, que estoy sangrando por dentro y por fuera, nadie nunca piensa lo doloroso en lo que un momento de felicidad se va a convertir al paso del tiempo.
Yo contigo siempre supe que no. Me engañaba con la esperanza de no querer saber de ti más allá de las sábanas. Pero un día quise saber más. Más de ti. Más de nosotros. Y tú también quisiste y los planes se fueron al carajo.
Yo contigo siempre supe que no, pero eso no impedía que quisiera que sí. La cama está armada. Una madera se ha roto por completo pero logro hacerlo funcionar. Me siento en la orilla y limpio la herida que ha quedado en mi rodilla. La sangre seca, pero el dolor persiste. Y así se siente.
Recuerdo que pedías que entregara todo. La vida es solo una, hay que vivirla, deja tus miedos y vive conmigo. Lo repetías una y otra vez. Querías que dejara mis miedos y me desarmara ante ti, para quedarte así, con esa parte de mí, sin necesitar nada más. Tener la libertad, las sábanas, las posibilidades y a mí.
Respiro. Miro de nuevo mi reflejo poco iluminado sobre el espejo y cuento las veces que me han hecho la misma oferta. ¿Para qué quieres más, niña?, si aquí lo tienes todo y cuando quieras, te vas. Nadie te detiene. Siempre tienen miedo de perderme sin intención de tenerme. Y yo cada día perdiéndome para tenerles.
La cama está rota pero armada. He vencido ese miedo de extrañar, he pensado un tanto y he logrado escribir aunque sea un texto sin sentido. Después de todo, ahora tengo una cicatriz que me recuerda que puedo levantar esas maderas y limpiarme la herida sola.
0 comentarios