Todo es parte del plan
Recuerdo
cuando tenía veinte y me parecía que la vida era un camino largo, incierto y
peligroso por recorrer. Sentía que tenía que cumplir con expectativas muy altas
que yo misma me había impuesto:
Hacer
sentir orgulloso a mi padre, tener solvencia económica, ser feliz, conseguir un
trabajo que me gustara y pagara bien, que la gente supiera que la estaba
pasando increíble en mi vida y que estaba logrando todos mis objetivos. (Sí, de verdad era una de mis preocupaciones)
Era tanta
la presión que no pasaba un día sin que sintiera la responsabilidad de estar
trabajando por lo que quería. Así como esas frases motivacionales que dicen “trabaja
todos los días en algo que te acerque a lo que quieres”,… yo lo tenía tatuado
en mi mente y si sentía que un día no hacía algo productivo, me llegaba una ola
de culpabilidad que me derrumbaba y me regresaba a la orilla donde tenía que
volver a empezar.
Lo gracioso
es que fue la vida misma la que me puso en mi lugar y me fue enseñando que para
triunfar, se necesita vivir.
No es que
bajara mis expectativas ni que espere menos de mí, al contrario. Sin embargo, me
fui dando cuenta de cuáles eran mis prioridades y de lo que verdaderamente me
hace feliz. (y sí, ahora tampoco me siento con la obligación de serlo todo el
tiempo)
Entendí que
las oportunidades llegan solas y que depende de uno si las toma o no, no se
trata de dejar de tocar puertas, pero a veces uno se obsesiona tanto con
conseguir cierto trabajo o lograr algo, que lo único que consigue es alejarlo
con su actitud intensa.
Me di
cuenta que soltando, a veces se logra más. La vida me dijo: Ana, date un break,
respira, comienza de cero. Toma este tiempo para ti y ya verás que todo se
acomoda.
Mi yo de 20
años no entendía cómo es que dejando de obsesionarme con algo y dándome un
tiempo para mí, las cosas se iban a dar solas, pero resulta que sí pasa.
Por primera
vez la escuché y lo hice. Pasé un año de mi vida trabajando únicamente tres
horas diarias, dibujando, disfrutando a mi familia, escribiendo y durmiendo. A
los 300 días (menos, la verdad) me había aburrido y comencé a buscar algo
diferente. Pero no me obsesioné, lo solté y llegó.
Me he mudado
varias veces de ciudad, regalé todas mis cosas, empecé de cero más de tres
ocasiones, pero todo valió la pena. Dejé que el miedo se fuera de mí y me
dediqué a hacer lo que sentía que era lo correcto. La clave aquí es que al final, todo se acomoda.
La última
vez que me regresé a esta ciudad, fue porque me ofrecieron un trabajo que desde
hace años había visualizado. Pero durante seis meses viví esclavizada a mi
teléfono, a trabajar horas extras sin paga, a recibir reclamos injustificados y
a muchas cosas que día a día no me hacían feliz, pero que yo creía que era
normal y que tenía que aguantar para ser exitosa.
Un día, sin
esperar nada, una oportunidad tocó a mi puerta. Tenía que dejar mi trabajo en
una semana y empezar de cero en una empresa grande donde tendría que hablar 100% en inglés.
¿Podría hacerlo? ¿Se valía dejar mi zona de confort? ¿Y si no podía con el
idioma? No lo pensé más y me lancé.
Acepté y comencé de nuevo una vez más.
Fue hace
días que volteé hacia atrás y me di cuenta que mi camino se estaba formando
poco a poco:
Cada paso, cada oportunidad, cada maleta y cada caja de mudanza me
estaban guiando en mi vida y esta se iba forjando al mismo tiempo.
No tenía que tener todo resuelto a los veinte
años, cada decisión me iba a llevar por el camino correcto.
Decidirme a
abrir mi blog, ese primer trabajo en el que era becaria pero era muy feliz, mi
primer artículo pagado, mi primera vez como editora, ese trabajo de tres horas
al día, mi primer aumento, las 374982 entrevistas de trabajo, la frustración de sentir que no podía, caerme y levantarme, todo, todo era
parte de algo.
Pero yo no lo sabía y quería tener todo planeado desde aquél día.
Hoy todavía
me frustro algunas veces cuando mis cuentas no me salen bien y tengo que pedir
ayuda, pero sé que en el fondo, pronto todo
estará bajo control. Cada día me siento más cerca de lograr todas esas cosas
con las que soñaba y me preocupaba que no fuera a lograr.
Es por eso
que hoy escribo para todo aquél que se sienta perdido. Que crea que tiene que
tener todo resuelto, que está preocupado porque las cosas no están saliendo
como esperaba.
Porque si yo pudiera, le diría a mi yo de veinte años que respire, que todo es parte del plan, que todo esto que está viviendo la va a llevar a donde debe estar.
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