Una máquina de escribir frente a mí. Una hoja en blanco pidiendo a gritos que le cuente mis secretos, los más profundos, los que nadie sabe aún. Me pierdo entre el sonido de las teclas al plasmar cada palabra, me envuelvo en mis sentimientos queriendo salir a través de mis dedos.

Intento no perderme y mantenerme en la realidad pero no lo logro, cuando menos lo pienso ya estoy nadando en mis letras y digo que son mías porque así lo siento, como si nada hubiera entre ellas y yo.

Es una conexión que existe que me enchina la piel, no me alcanzan los renglones para escribir todo lo que siento cuando escribo, de mi entrega a las palabras, de la conexión que existe entre mi mente, mi corazón y la tinta, tinta clara que se termina poco a poco conforme voy contando mis secretos.

La mejor terapia de este mundo para mi es escribir, y es que si tuviera que contarle todo lo que escribo a un psicólogo, no le alcanzarían las notas para diagnosticarme loca después de la primera cita, loca de amor, loca de pasión, seguro encontraría depresión en mis palabras y probablemente terminaría un poquito medicada. Es por eso que mejor escribo y aunque la mayoría de mis letras las comparto con ustedes, muchas otras se quedan para mí, para ese pizarrón de sueños que me escuchan, porque el papel no sabe callar, ni traicionar, aunque a veces siento que debería hacerlo conmigo, muchas otras creo que eso lo convierte en mi mejor amigo, porque fielmente me escuch