Cuando uno tiene roto el corazón, tomar café siempre es buena idea.

Cuando uno tiene roto el corazón no le encuentra inicio ni final. Sólo duele. Duele más allá de cualquier dolor que se haya conocido antes. 

Un corazón que se rompió con una mirada, con una palabra, e incluso con un silencio.  

Cuando uno tiene roto el corazón, intenta sacar el dolor con lágrimas, pero nunca funciona. Se terminan primero las lágrimas. Y el dolor sigue ahí. Inmóvil, bien aferrado al alma. 

Duele como una gran ausencia, como un agujero que parece no tener fondo y ser imposible de llenar. 

Cuando uno tiene roto el corazón, el helado de chocolate se convierte en compañero fiel. De esos que no te abandonan nunca.

Cuando uno tiene roto el corazón, despierta con el alma vacía. Sonríe por hacerlo, y se olvida de sorprenderse por pequeños detalles.

Cuando uno tiene roto el corazón, se enferma. Se vuelve uno débil, frágil, que hasta a los anticuerpos se les quitan las ganas de trabajar, porque también están tristes.

Cuando uno tiene roto el corazón, se vuelve inseparable de su cama. La almohada se convierte en la mejor amiga y las cobijas en el mejor refugio. Es como el escondite perfecto de la realidad.

Cuando uno tiene roto el corazón, intenta odiar a quien causó los daños. No puede hacerlo. Intenta odiarle, pero sin ganitas. 

Cuando uno tiene roto el corazón, hay canciones que se vuelven himnos, que ponemos una y otra vez.  Y cada vez que vuelve a sonar, se parece más a la historia personal.

Cuando uno tiene roto el corazón, no hay mal que por tequilita no venga. Uno, dos, tres, pa' dentro y sírvame otro. No hay más, acudir a él siempre parece buena opción. 

Cuando uno tiene roto el corazón, se buscan mil razones para entender, pretextos para perdonar, y se inventan historias para contar.

Cuando uno tiene roto el corazón, se mira al espejo buscando los errores cometidos.

Cuando uno tiene roto el corazón, duerme con la esperanza de despertar mejor. Que ya no duela. Que ya se olvide.

-AnaG.