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by - octubre 02, 2013


Entonces se acerca a mí. Se sienta en la orilla de la cama y me mira fijamente. Siento como su mirada atraviesa mi alma, es como si estuviera desnuda, pero aún tengo la ropa puesta.  Comienzo a sentirlo más cerca de mí, y mi respiración se agita. El corazón no deja de palpitar, cada vez más rápido. Más fuerte.

Su mano toma mi rostro, y entonces siento la sangre subir hasta mis mejillas. Mi piel morena disimula el sonrojo, lo agradezco. Intento tocarlo pero mis movimientos son inútiles, y tiemblo. En mi intento por ocultarlo alejo mis manos de su cuerpo. Pero él se acerca de nuevo, cada vez más. Siento que mi piel se enchina al sentir su respiración.  Está respirando de mi piel, me está respirando a mí.

 No detengo mis impulsos y tomo su cabello, lo siento entre los  dedos.  Por un momento lo siento mío, más mío que nunca. Sus labios se aproximan a los míos y los roza, lentamente, suavemente.  Siento una energía electrizante recorrer todo mi cuerpo. Me estremezco. 
Esos labios que parecen querer encontrar todas las respuestas a sus dudas, y las buscan cada vez con más pasión. Comienzo a perder la razón. Me dejo llevar, y mis labios despiertan y responden con la misma fuerza.
Esto es el amor, pienso. De pronto me encuentro envuelta en un fuego que arde dentro de mí, y no quiero detenerme. No pienso hacerlo.
Besarlo, tocarlo, abrazarlo, nada es suficiente para llenar esa necesidad de él. Su olor ya está impregnado en mi piel. Pero aún quiero más.

Mis pensamientos dejan de tener sentido, y me siento envuelta en sus brazos. Dicen que después de la tormenta siempre llega la calma, pero esto es más como el paraíso. Es uno de esos momentos de la vida en que olvidas al resto del mundo y sólo existen dos. Existe él, y existo yo. Existimos nosotros.

Ana. 

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