Entonces se
acerca a mí. Se sienta en la orilla de la cama y me mira fijamente. Siento como
su mirada atraviesa mi alma, es como si estuviera desnuda, pero aún tengo la
ropa puesta. Comienzo a sentirlo más
cerca de mí, y mi respiración se agita. El corazón no deja de palpitar, cada
vez más rápido. Más fuerte.
Su mano toma mi
rostro, y entonces siento la sangre subir hasta mis mejillas. Mi piel morena
disimula el sonrojo, lo agradezco. Intento tocarlo pero mis movimientos son
inútiles, y tiemblo. En mi intento por ocultarlo alejo mis manos de su cuerpo.
Pero él se acerca de nuevo, cada vez más. Siento que mi piel se enchina al
sentir su respiración. Está respirando
de mi piel, me está respirando a mí.
No detengo mis impulsos y tomo su cabello, lo
siento entre los dedos. Por un momento lo siento mío, más mío que
nunca. Sus labios se aproximan a los míos y los roza, lentamente,
suavemente. Siento una energía
electrizante recorrer todo mi cuerpo. Me estremezco.
Esos labios que
parecen querer encontrar todas las respuestas a sus dudas, y las buscan cada
vez con más pasión. Comienzo a perder la razón. Me dejo llevar, y mis labios
despiertan y responden con la misma fuerza.
Esto es el amor,
pienso. De pronto me encuentro envuelta en un fuego que arde dentro de mí, y no
quiero detenerme. No pienso hacerlo.
Besarlo,
tocarlo, abrazarlo, nada es suficiente para llenar esa necesidad de él. Su olor
ya está impregnado en mi piel. Pero aún quiero más.
Mis pensamientos
dejan de tener sentido, y me siento envuelta en sus brazos. Dicen que después
de la tormenta siempre llega la calma, pero esto es más como el paraíso. Es uno
de esos momentos de la vida en que olvidas al resto del mundo y sólo existen
dos. Existe él, y existo yo. Existimos nosotros.
Ana.
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