Deberías dedicarte a la numismática, me dijo mi padre mientras observaba desde la puerta como acomodaba cada moneda y billete de mi colección. Si supiera que mi pasión no es estudiarlas.
Sigo sin entender la necesidad del ser humano de ponerle un nombre a todo. Numismática, ni siquiera puedo pronunciar esa palabra del todo bien.
Esa manía tan mía por levantar monedas de la calle, tengo de todos los países que he visitado, unas en mejores condiciones que otras, pero todas cumpliendo la misma función: guardar una memoria de algún lugar.
Mi primer billete lo encontré en el parque frente a mi casa, era uno de veinte y yo tenía ocho. Pensé en gastármelo en algunos dulces, o juguetes (veinte pesos me parecían una fortuna), pero al quitarle las hojas secas de encima descubrí que era un momento que tenía que recordar. Era un día de verano y yo estaba en mi bicicleta recorriendo mi vecindario, disfrutaba de mezclar mis pensamientos con el sonido de las hojas secas bajo las llantas de mi transporte. El clima era perfecto, sobretodo por el viento fresco en mi rostro. Y de repente, ahí estaba, un deslumbarante billete azul bajo un montón de hojas amarillas que ya habían cumplido su función en este mundo. Fue entonces cuando guardé mi primer recuerdo en un billete. Decidí no contarle a nadie porque cualquiera creería que es extraño ahorrar memorias y no dinero.
Pasó el tiempo y cada vez tenía más monedas y billetes, mis padres creían que ahorraba y muchas veces cooperaron con diez o veinte pesos para aumentar los números. Ese dinero lo gastaba, pues no tenía ningun recuerdo en específico.
Ahora tengo veintidós y dentro de mi colección está una libra encontrada en el metro de Londres cuando mis manos frías estaban cubiertas en unos guantes color rosa y aquél chico volteó a verme y me sonrió. Un billete de diez más viejo que yo que encontré en el cajón de mi padre mientras buscaba fotografías de mi infancia y en lugar de eso leí una carta que escribí para él cuando tenía cinco. También tiene un penny que me regaló aquel que juraba sería el amor de mi vida por siempre cuando no me alcanzaba el dinero para mi autobús...
Tengo más monedas de las que podría pensar, y más billetes de los que necesitaría para comprar un nuevo reproductor de música. Todos los días los acomodo y repaso la mayoría de los recuerdos. Unos más vagos que otros, pero aún siguen presentes.
Mi padre me mira desde la puerta mientras termino de acomodar mis memorias, y me propone que me dedique a la numismática... Lo que no sabe es que no es la moneda, si no lo que lleva dentro.
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