Capítulo 1.

by - julio 06, 2014




1 
Un rayo de luz la hizo abrir los ojos, Paulina sintió el peso de sus párpados al cerrarlos, sabía lo que aquello significaba: lágrimas de la noche anterior. Volvió a sentir el vacío que había dejado Santiago desde su despedida. Sin embargo no era un sentimiento nuevo, era un típico despertar.



2
 Septiembre 2010.
Era un día cualquiera en Canadá, las hojas de los árboles comenzaban a tornarse amarillas y el viento en la ciudad de Victoria comenzaba a soplar un poco frío. El ruido de la secadora molestó a Paulina, quien abrió los ojos de golpe sin tener tiempo de su rutina diaria ya que había despertado tarde. Se vistió rápidamente, tomó su suéter, la mochila y bajó las escaleras en un segundo. Era una casa pequeña, lo cual facilitaba transportarse de un cuarto a otro en un corto tiempo. Tomó una rebanada de pan, untó un poco de nutella en él y lo dejó en la mesa mientras se ponía los zapatos, desenredaba sus audífonos y sacaba las llaves de la casa. 
- Nos vemos, se me hace tarde. – gritó mientras abría la puerta. Paulina siempre andaba con su melena suelta, larga, ondulada y sin peinar de un castaño oscuro que hacía juego con su piel morena. Siempre tenía sus ojos grandes bien abiertos con un toque de coquetería agregado por sus largas pestañas.
- Hasta luego, el clima está perfecto para tener un hermoso día- esa era la respuesta que obtenía todos los días de Norman, el señor de la casa, siempre hablando del clima para evitar una conversación más profunda, muy al estilo Canadá. 

Paulina perdía la noción del tiempo mientras observaba los árboles por las mañanas, y les deseaba en voz baja los buenos días.
El sonido de su autobús pasando enfrente de ella fue lo único que logró despertarla de su fantasía. 
- No otra vez, no por favor. - pensó mientras corría a la parada para ver a que hora pasaría el próximo. 
-9.15am, si claro, no llegaré a tiempo, voy a tener que caminar de nuevo, Si tan sólo hubiera despertado 5 minutos antes- Mientras seguía discutiendo consigo misma, comenzó a caminar.

Por fortuna, la casa donde vivía estaba cerca de su escuela, sin embargo, el paisaje que tenía que cruzar era tan encantador que lo que podían ser 10 minutos de camino, para Paulina eran 20 de soñar despierta. 
Amaba patear las hojas que comenzaban a caer, o pasar por la calle dedicada a los turistas, donde se ubicaban las carrozas con caballos. Al llegar al puerto por donde tenía que cruzar, se quedaba observando a las personas que pasaban por ahí, los viejitos eran sus favoritos, aunque claro que los jóvenes en traje que pasaban muy de prisa con su portafolio en mano, siempre robaban su atención. 
La ciudad de Victoria era en su opinión, una de las mejores ciudades del mundo, tranquila y sobre todo, romántica. Soñaba vivir una historia de amor en aquel lugar, tenía los escenarios perfectos para tener una pareja y disfrutarlos en su compañía, pero no era así. 
Había dejado en su ciudad un amor al cual añoraba muy frecuentemente, pero no estaba ahí para poder compartirlo con ella.
 -Ojalá pudiera enamorarme aquí- pensó al cruzar la calle adornada con faroles aún prendidos a falta de luz en la mañana. Al pasar por el gran reloj ubicado en el puerto se dio cuenta que tenía que correr, no tenía tiempo de imaginar su romance perfecto en aquel lugar. 
Al llegar a la escuela, aún tenía unos cuantos minutos para saludar a sus amigos, todos hablaban el mismo idioma, todos del mismo lugar, habían ido allí a estudiar inglés.
-¿Otra vez caminando? Despiértate mas temprano, siempre pierdes el autobús. - dijo Jimena con una sonrisa en la boca que hacía ver sus mejillas muy marcadas.- Paulina siempre había envidiado su sonrisa. Jimena llevaba el cabello negro y corto y siempre usaba unos jeans que le quedaban perfectos. 
- No sonó el despertador, lo juro. - antes de terminar, el timbre los interrumpió. – Y  ¿ellos quienes son?- preguntó Paulina.
- Son Mexicanos también, acaban de llegar- contestó Manuel mientras se acomodaba el cabello hacia delante. Era el más joven de todos, pero el más coqueto, sin duda. Su mirada era imposible de evitar.
Considerando que todas las clases eran en inglés, y muchas veces aburridas, la hora favorita de todos era la hora de la comida ya que podían hablar español en secreto.
-Invité a los nuevos a la fiesta de hoy. - dijo Daniel sin retirar los audífonos blancos que siempre llevaba puestos.
-¿Por qué? - preguntó Paulina mientras abría su bolsa de Doritos.
- ¿Por qué no? Es una fiesta mexicana, deben estar también.
Paulina abrazó a  Israel, quien se había convertido en su mejor amigo en Canadá. Era alto y delgado, su piel blanca lo hacía lucir muy atractivo con su largo cabello oscuro.  Y decidió ignorar a Daniel.
Durante la fiesta Paulina no cruzó palabra alguna con los nuevos, únicamente les pidió de favor cuidar su cámara mientras el resto disfrutaba en la pista de baile.
-Qué amargados.- pensó. 
Eran dos hombres, Alberto, que era muy alto, de cabello claro y largo y vestía bien, y Santiago, que tenía piel blanca, mejillas siempre ruborizadas y un cabello dorado, corto y rizado que junto con sus ojos color miel, lograban un aspecto tierno pero atractivo en él.



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