Nuestro escrito.
Aún recuerdo perfectamente el día en que se convirtió en una adicción para mi.
No estoy segura, pero tengo la esperanza de poder alejarme de aquí, dejar para siempre esas ganas de tenerle, de hacerle mío.
De noche, entre mis párpados cansados y mi lucha por permanecer despierta me imagino el encuentro entre nosotros si pudiera alejarme ahora y regresara en unos años.
¿Sería lo mismo acaso? ¿Encontraríamos felicidad de nuevo? ¿Qué sería de la pasión?
¿Aún sería adicta de compartir tiempo y espacio con él? ¿Estaríamos hartos de los recuerdos que nos traería el desamor durante nuestra separación?
Pienso en seguir mi camino, tengo dos opciones: ese que me pertenece, que no lo incluye, ese tan lleno de incertidumbre y páginas en blanco.
O el que conozco, en el que me siento cómoda, donde alimento y crezco mi propia adicción. Donde lo tengo a él.
Me pregunto si existe alguna manera de empalmarlos y seguir por un solo camino, con libertad.
En donde pueda decidir dejarle en el momento que decida, sin querer regresar.
Posiblemente esto solo acabe por convertirse en un laberinto sin salida:
En el que yo misma me engaño y vuelvo a lo mismo. Vuelvo a él.
Pierdo la lucha por mantenerme despierta y entre sueños hablo con mi destino.
Nunca imaginé que tuviera voz propia, pero la tiene.
Me aconseja que sea paciente, que deje de preocuparme.
Que tiene preparadas para mi sorpresas inimaginables que nada tienen que ver con mi adición,
con dos caminos, o con él.
Lo escucho atentamente y le pregunto en qué momento llegará la libertad.
Se queda callado por un rato, acomoda sus palabras y me dice:
"La libertad está en ti, ser adicta a compartir tiempo y espacio con él es una
decisión que sólo tú has tomado. No importa el camino que tomes, esa nunca será la respuesta.
En tu propia libertad has decidido privarte de ella"
Despierto de golpe y esas palabras quedan volátiles en mi mente por varios minutos.
Tomo un chocolate de la caja azul turquesa que está sobre la mesa.
Me sabe amargo.
"Probablemente a esto sabe a decepción", pienso.
La decepción al saber que la responsabilidad de mi felicidad siempre estuvo en mis manos.
Y la he desperidiciado.
Mientras termino el chocolate, asomo la nariz por la ventana abierta.
La luz de la luna ilumina lo suficiente el paisaje que tengo enfrente.
Esta vez se ve diferente.
Se ve completo, y no está él.
No está aquí ni ahora, y se siente bien.
Creo que encontré mi camino, mi destino, mi libertad.
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