Por última vez.
Eran sus manos, nada me gustaba más que eso.
Y no es que fueran las manos más bonitas del mundo, pero sí mis favoritas.
Guardaban historias que ni sus ojos podían contar y lo más triste es que nadie las volteaban a ver.
Nadie les daba la atención que merecían pero seguro era porque a nadie se habían acariciado como a mí y mucho menos habrían secado lágrimas de sus mejillas.
Y yo conocía eso, la mágica sensación de sentirme a salvo con sus dedos entrelazados, de saberme amada cuando llegaban a lugares de mi que nadie nunca había tocado, de esperar que con un movimiento suave pasara el cabello de mi rostro detrás de mi oreja antes de levantar mi mentón y besarme.
Me pregunto si sus manos también serían sus favoritas si conocieran esos secretos que guardan.
Y si hubieran sentido miedo de sostener su mano...
por última vez.
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