Agradecer, guardar y continuar...
A su lado pasé de todo.
Amé, crecí, aprendí, lloré, besé, sentí. Sentí todo hasta sentir nada.
Pasamos cuatro inviernos juntos, tres primaveras, incontables noches y los mejores cafés los tomé con él.
A su lado imaginé mi futuro. Ya no sería yo. Seríamos dos.
El mundo nos esperaba juntos.
Pero entendí que cuando amaste tanto a alguien no le olvidas, no le odias. Entiendes. Entiendes que sus caminos serán mejor por separado.
Que la felicidad de ambos está en una otra parte y que eso está bien.
Siempre creí que dejar de caminar a su lado sería imposible o sumamente doloroso...
Hasta que un día me di cuenta que hacía algunos meses que el ya no estaba conmigo.
Días atrás había empezado a caminar distante hasta llegar a no estar.
Lo veía lejos, pero aún me sonreía. Como quien le tiene miedo a las despedidas y se aferra a no soltar a pesar de no querer estar ahí.
Fue ese día que lo entendí. No era una cuestión del futuro, ya me encontraba caminando sola y a pesar de eso seguía avanzando.
Y decidí avanzar y no mirar de nuevo atrás. No mientras esa sonrisa aún me confundiera y me detuviera para seguir caminando.
Avancé... Caminé... Seguí...
Y logré lo imposible. Lo dejé atrás. Tan atrás que ahora su sonrisa sólo quedaba en mi recuerdo. Y como cuando uno camina piensa, tuve tiempo de pensar...

Todo era tan perfecto que no valía la pena obligarme a olvidarlo.
Lo guardaría en esa caja para aquél día en el que le recuerde, recordarlo bien. Como se debe.
Ya nada dolía. Caminaba más de prisa, más ligera.
Amé, sentí, lloré, aprecié, agradecí, guardé y continué.
Y es que a veces creemos algo imposible sin darnos cuenta que muchas veces ya estamos ahí.
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