Los sueños de un foráneo en la maleta

by - noviembre 09, 2018




“Irse de cualquier lugar, es difícil. Pero irse de donde tienes todo, es aún más complicado. Esto va para aquellos que toman la maleta y no voltean atrás. Que deciden con el corazón en una mano y sus sueños en la otra.”


Desde que era pequeña, sabía que la decisión estaba tomada. Al cumplir 18 años, tendría que partir de casa y cambiarme de ciudad. Se piensa fácil, pero cuando uno tiene esa edad, las amistades y la costumbre lo pueden mucho a uno.  Aún así me aventuré, crucé el mar para dejar mi cuarto adolescente y a mi familia echándome de menos con las esperanzas puestas en mí.

Acá fue la primera vez que escuché la palabra “foráneo” y sin saberlo se convertiría en un adjetivo que me describiría por los siguientes años. Con “norteña” fue lo mismo.

Uno aprende a vivir solo, a comprar su despensa, lavar ropa y barrer debajo de los sillones, pero lo que nunca se aprende es a dejar de extrañar su casa. Noté que a todos los que un día nos fuimos nos pasaba lo mismo, en cuanto dejábamos La Paz, la nostalgia del mar y sus atardeceres nos atacaba por las noches.

Llegué a Guadalajara diciendo abanico y aceptando burlas constantes por ello, pidiendo una torta sin saber que aquí es lonche, recorriendo las calles buscando un hot dog que me supiera a casa.
Pasé los primeros meses intentando explicar lo que significaba un “meh” hasta que descubrí que solo nosotros lo entendemos y que no tenía sentido hacerlo.

Las calles de una ciudad que no se recorre en veinte minutos de lado a lado, pueden ser abrumadoras, especialmente cuando uno no tiene un paraguas y no está acostumbrado a que los días sigan su ritmo cuando llueve. Pero uno se acostumbra a todo, a lidiar con los camiones llenos, al dolor de hombros por cargar una mochila llena de libros todo el día o a llegar a casa y que no haya quien te reciba para escuchar sobre tu día. No importa qué tan privilegiado te haya tocado ser, si tu refrigerador siempre estaba lleno o comías atún por días, acá todos sufrimos de soledad en algún momento.

Los que nos vamos de casa, nos convertimos en agentes de viajes. Sabemos qué día, a qué hora y en qué aerolínea se consiguen los boletos más baratos a La Paz. Y aunque al principio uno intente ir siempre que se pueda, la distancia entre una ida y otra, cada vez se vuelve más prolongada.

Ser foráneo no es fácil, divertido sí, enriquecedor también, pero nunca fácil. Especialmente los diez de mayo o el día del padre, cuando todos tus compañeros de la uni no pueden salir porque están ocupados con sus familias y tú no tienes con quién pasar el día. Híjole, eso es todavía más difícil que quedarte una semana sin gas y bañarte con agua fría por las mañanas.

Uno también aprende a manejar su libertad. La fiesta interminable deja de ser increíble después de unos días, especialmente cuando el dinero se acaba o el despertador no suena. Hay días en que uno prefiere guardarse y platicar con su roomie, que aunque se llegue a odiar por momentos, es buena compañía y paga la mitad de la renta.

Incontables veces llamé a mis padres solo por escuchar su voz, sentirlos cerca o pedir recetas. Es más fácil ordenar comida rápida, pero no siempre hay dinero o hay días en que la necesidad de ese platillo que sólo sabe cocinar mamá, ataca.

La parte más especial de haber sido extranjera en esta ciudad, es la gente que conocí. Amigos que se volvieron hermanos y que incluso me prestaron a sus familias para hacerlas mías. Esas personas que me explicaron la ruta del camión una y otra vez, quien me acompañó a buscar departamentos y ese que me invitó un domingo a comer a su casa o que pasó las noches conmigo para no sentirme sola.

Hoy han pasado siete años desde que llegué por primera vez a la cuna del mariachi y aunque ahora pido lonches y ya no me siento tan sola, sigo siendo esa foránea que dice abanico y sigue gritando meh”..

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