En una isla de Turquía.
Es viernes por la noche. Faltan siete para las diez y me siento bien después de dos días de migraña.
Estoy pensando en comida, he visto un capítulo de un programa en
Netflix que es una oda al arte que implica cocinar y no dejo de pensar
en la belleza de lo común cuando se le voltea a ver. Hago la comparación
con los humanos, que si le prestas poquita atención a alguien,
descubres un mundo maravilloso, pero que todos los días dejamos pasar.
Hundida en mis pensamientos, de pronto un recuerdo llegó a mí. Supongo que viene de imaginar momentos comunes que en realidad son tesoros cuando ya no están.
Es una tarde de verano, estoy en una isla de Turquía de la cual no
recuerdo el nombre (como me pasa todo el tiempo), voy caminando del
brazo de Diego, con quien he recorrido como seis países así.
Nos detenemos a ver una tina de plástico que tiene peces adentro, pero grandes, es uno de esos lugares en donde eliges el pez que te piensas comer. El sol hace el agua brillar, el verano se siente en todas partes. Vamos también acompañados por un colombiano que encontramos en el camino y que llegó para quedarse en nuestras vidas. Dejamos los peces nadando y nos sentamos en una mesa con vista al mar. Tomamos Coca-Cola Light y sonreímos de estar ahí.
Recuerdo tomar el ferri de vuelta a Estambul, hablando del futuro y del pasado con el pedazo de Colombia que es Andrés y con el acertijo que la vida ha vuelto a Diego... el sol de las cinco de la tarde nos hace brillar la piel y la silueta de las mezquitas nos roba el aliento. Nos sentimos vivos en ese momento así como nos sentimos vivos esa misma mañana mientras en bicicleta retábamos la vida por terrenos desconocidos en una isla de Turquía de la cual no recuerdo el nombre.
Y es que tres años después, un viernes por la noche, siendo las diez con seis, me siento tan viva y tan completa como ese día...
Nos detenemos a ver una tina de plástico que tiene peces adentro, pero grandes, es uno de esos lugares en donde eliges el pez que te piensas comer. El sol hace el agua brillar, el verano se siente en todas partes. Vamos también acompañados por un colombiano que encontramos en el camino y que llegó para quedarse en nuestras vidas. Dejamos los peces nadando y nos sentamos en una mesa con vista al mar. Tomamos Coca-Cola Light y sonreímos de estar ahí.
Recuerdo tomar el ferri de vuelta a Estambul, hablando del futuro y del pasado con el pedazo de Colombia que es Andrés y con el acertijo que la vida ha vuelto a Diego... el sol de las cinco de la tarde nos hace brillar la piel y la silueta de las mezquitas nos roba el aliento. Nos sentimos vivos en ese momento así como nos sentimos vivos esa misma mañana mientras en bicicleta retábamos la vida por terrenos desconocidos en una isla de Turquía de la cual no recuerdo el nombre.
Y es que tres años después, un viernes por la noche, siendo las diez con seis, me siento tan viva y tan completa como ese día...
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