Otros días, añoro volver a la universidad, esos días en los que la rutina me absorbía y todo era más tranquilo. No tenía que preocuparme por nada que no fuera sacar buenas calificaciones, ser puntual en el trabajo, tener ropa limpia o cuidar que no se apilaran los trastes en la cocina. 

Hoy estoy en casa de mis padres y siento el doble de ansiedad que los días en que vivía sola. Sí, siempre se siente bien volver a casa, nos recuerda lo que somos, de dónde venimos, nos ofrece confort y seguridad. Pero también siento como si tuviera un reloj en mi contra, que el tiempo se está pasando y no estoy haciendo lo que debería. Siento que tengo planes y sueños en pausa y la urgencia por darle play y continuarlos me abruma cada día. 

De vez en cuando, incluso, pienso en volver a la ciudad en donde estaba. ¿Era 100% feliz? No, pero era lo que conocía y la comodidad que me brinda lo conocido calma mi ansiedad aunque sea por pensarlo unos segundos.

Sueño con viajar lejos, conocer, intentar, atreverme... pero para ser sincera, muchas veces se apoderan de mí las ganas de volver atrás, a donde no existía otra cosa que la rutina conocida. Lo desconocido me aterra, me congela, me intimida. 

Dicen que todo lo maravilloso del mundo se encuentra fuera de la zona de confort... pero, ¿qué tanto estamos dispuestos a salir de ahí? Porque en este momento, ansiosa, paralizada y todo, sigo estando en un lugar seguro por más aburrido que sea. 

Así que quiero borrar ese número telefónico que me une al pasado, guardar los recuerdos en mi memoria y no estarlos pensando constantemente, quiero sentir el miedo y aún así atreverme, dejarlo todo si es necesario, empezar de nuevo, caer y aprender, levantarme, conocer, dejar que la vida me sorprenda cada día y tirar esas ganas de volver atrás.