Un vacío en el estómago y necesito vomitar. 

No es una sensación nueva, 

debería estar acostumbrada pero no lo estoy. 

Ni me acostumbro ni entiendo cómo es que siempre vuelvo al mismo lugar.

Controlo las nauseas y pienso en ti, 

en el que estuvo antes y en el que estuvo incluso anterior a ustedes.

La misma historia una y otra vez, la única variante es quien ocupa tu lugar.

Como un carrusel van pasando y llenando vacíos. 

Vacíos que podría soportar sola, pero no. 

Ahora pienso en ellas, en plural.

Algunas ni siquiera llegué a conocerlas. 

No todas existen, algunas solo tienen su lugar reservado.

Lugar que yo nunca podría obtener.

Porque siempre hay un ella que sí. 

Y siempre estoy yo, que no.

Siento lo tibio de las lágrimas por mis mejillas.

Intento no llorar, no esta vez. Ya he llorado la anterior.

Hacerlo carece de sentido cuando es sobre cicatrices viejas

 de las que prometía sería la última. 

Mi respiración duele, pero no me han roto el corazón. 

Siempre vuelvo al mismo lugar, pero no soy tonta, carajo.

Aprendí a no querer ser yo. 

Y aunque duela no serlo, 

no es acabar con un anhelo.

Porque vomito, lloro, respiro y duele.

Pero sabía por adelantado que esta vez tampoco sería yo.