La Constelación de Orión

by - enero 10, 2018




- Tienes la constelación de Orión debajo de tu ojo derecho,  ¿sabías? -  dijo al mismo tiempo que observaba mi rostro de cerca. Tan cerca que podía sentir el calor de su respiración.


Él entró a mi vida como un error.
Desde el primer día supe que no había llegado para quedarse, nuestra fecha de expiración se sentía cercana. Pero decidí ignorarlo, preferí disfrutar el poco tiempo que tenía por delante que darle la vuelta a los problemas y seguir con una vida rutinaria y aburrida.
- No soy buena persona - advirtió al mismo tiempo que yo lo ignoraba.

Los días aquí nunca tienen nada emocionante, las personas de siempre, los lugares de todos los días. Lo más extraordinario que te puede suceder, es convertirte en un chisme que pasa de boca en boca por todo el pueblo hasta que dos semanas después, nadie se acuerda de ti sin importar lo grande del escándalo causado. Todo pasa. Todo vuelve a ser como era antes.

Yo vivía hambrienta de aventuras. Intentaba convertir los días normales en inolvidables. Desafiaba las reglas de mis padres. Manejaba en carretera escuchando mis canciones favoritas, me inventaba pretextos o amistades para salir de casa, intentaba proyectos nuevos para llegar a hacer algo diferente. Pero nunca nada era suficiente.

Así que cuando llegó aquél personaje a decirme que mis tres lunares formados bajo mi ojo derecho tenían forma de la Constelación de Orión, lo dejé entrar. Siempre supe que nada pasaría entre nosotros porque no podía permitírmelo. Sin embargo, la sensación de aventura y complicidad que me regalaban sus visitas, me ofrecía algo más allá del aburrimiento.

Comenzamos a conocernos y yo a escribir. Quería hacerlo todo el tiempo, escribir, escribir, escribir. Pero nunca de él. No sé si para mantener secreta mi fuente de entretenimiento o porque no lograba sentir nada más que agradecimiento por haber llegado a darle emoción a mis días.

Él tampoco podía permitirse sentir. Así que jugamos a planear e inventar sabiendo que nada de eso pasaría. Nunca me importó saber que cada día era un día menos de su compañía.

En las mañanas pasábamos el tiempo peleando.
En las noches leímos poesía, números y libros religiosos.

Un día comencé a cansarme de su presencia en mi vida. Ya no era divertido, se había convertido en parte de la rutina, pero ahora todo era más gris. Comenzó a contagiarme su manera desagradable de ver el mundo y entonces recordé su advertencia.

Entendí que a veces uno paga caro los errores que comete sabiendo lo que significa.
Yo le había entregado mi confianza, mis letras, mis poemas favoritos... y él terminó con todo.

Me alejé y ni siquiera lo extrañé.
Los días volvieron a ser largos y tediosos, volví a tener hambre de aventuras... pero sonreí de nuevo y mi Constelación de Orión estaba a salvo lejos de su respiración.

* Prometí regalarle tres palabras, pero descubrí que nunca hizo nada para merecerlas.


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