amorana garcía ibarrablogger mexicanadesamorescritos de amorfrases de amorhistoria de amorlas princesas tambien escribenletraspoemas de amor
Todo empieza sin querer.
Todo empieza de la misma manera: Sin querer.
Ahí estamos, dos desconocidos con la opción de conocerse o dejarse ir sin problema.
Sin embargo, decides saludarme.
Comenzamos hablando sin mayor profunidad.
Escucho sobre tus pasatiempos y cuántos hermanos tienes.
Te cuento qué canción me gusta y el nombre de mi perro.
Pasan los días y me preguntas cómo sigue mi amiga de su ruptura amorosa.
Yo te pregunto por ese proyecto de ayer, quiero saber si todo salió bien después
de tantas noches de desvelo.
Sin darnos cuenta cada día se convierte más difícil despedirnos
porque hasta el momento no hay necesidad de hacerlo, queremos seguir hablando.
Los mensajes se convierten en citas.
Primero un café casual después del trabajo,
nuestros horarios no coinciden así que es difícil hacerlo repetidamente.
Sin embargo, después de la tercera cita comenzamos a reacomodar las horas
y así logramos tener más tiempo para "nosotros".
Dejamos de ser tú y yo, pero no tenemos miedo, aún no estamos enamorados.
Disfrutamos una buena compañía y las risas en medio del café, nada más.
Un día dejo de recibir mensajes tuyos por un rato y comienzo a preocuparme.
Detesto el sentimiento.
Lo maldito del amor es que se va metiendo en tu rutina
hasta que todo gira en torno a él.
Antes de ti no me preocupaba ni pasarme el alto en rojo
y ahora estoy pensando en que no has devuelto mi mensaje.
Horas después mi corazón vuelve a su sitio.
Has contestado e incluso me has brindado explicaciones.
Sonrío al decir que no hay cuidado sin mencionar la paranoia que he vivido.
Los días pasan y tus ganas de saber de mí aumentan.
Ya conoces mi universo como si fuera tuyo.
Podemos hablar por horas sin que alguno desconozca detalles que pudieran entorpecer la historia.
Nos gustamos pero todavía ignoramos que lo hacemos más de lo que deberíamos.
Tomas mi mano, beso tus labios, abrazas mi mundo y yo acaricio el tuyo.
No hay nada que pueda separarnos y olvidamos incluso que algún día fuimos extraños.
El amor nos provoca prometernos imposibles,
pero tomada a tu mano estaba segura que podía bajarte la galaxia entera
y regalártela en una caja de cartón si así quisieras.
Las estaciones siguieron su curso y nosotros nos conocíamos cada vez más.
Probablemente demasiado.
Las cosas dejaron de ser tan dulces pero me consolaba pensando
que la realidad era mejor que la idealización.
Seguíamos juntos a pesar de nuestras versiones verdaderas.
Eso tenía que ser amor de novela.
Quizás alguien de verdad querría escribir nuestra historia.
Un día tu mensaje de buenos días no llegó,
me di cuenta hasta la hora de la cena.
Te llamé y no obtuve respuesta.
Estaba muy cansada para darle espacio a la preocupación y dormí.
Los días comenzaron a robarse nuestro interés,
el calendario marcaba un día menos de amor y uno más de monotonía.
Las hojas de otoño estaban cayendo y ya no pensaba tanto en ti.
Algunos días peleábamos y otros tantos, no teníamos la energía suficiente para hacerlo.
Los besos se convirtieron en mediocridad.
Un día no pudimos más, los problemas consumieron nuestras ganas
y la rutina le ganó el nombre al amor.
Lo intentamos tres veces por temor a dejarnos ir.
Por primera vez notamos lo difícil que sería olvidarnos.
Al cuarto intento, nos herimos demasiado.
Las palabras eran duras y no quedaba ternura entre nosotros.
El miedo a lastimarnos se había ido de aquí. Y lo hicimos demasiado.
Estábamos rotos, vacíos, no quedaba nada de nosotros, volvimos a ser tú y yo.
Así que aquél día nos besamos por última vez
y entre lágrimas y discusiones optamos por convertirnos en desconocidos una vez más.
0 comentarios