CINCO DE LA MAÑANA

by - enero 02, 2018



Las luces de mi habitación están encendidas, recorro la cortina y no alcanzo a percibir más allá de mi reflejo sobre la ventana. Afuera está oscuro, los vecinos duermen. Son las tres cuarenta y cinco de la mañana y como de costumbre, mi mente está ocupada pensando en todo eso que quiero escribir pero sin encontrar el orden.

La historia de amor más triste del mundo, ese libro sobre corazones rotos que está a la mitad, un texto que hable sobre mi infancia o simplemente frases cortas que pienso en la regadera. Quiero escribirlo todo, pero no me obligo. Dejo que las letras vayan llegando conforme las voy sintiendo, no hay más.

Tomo un sorbo de agua de aquél vaso de plástico que está sobre mi mesa de noche llena de polvo. El desorden me persigue. Limpio las partículas de polvo con una servilleta de papel intentando poner un poco las cosas en su lugar, creyendo que así mi mente también estará ordenada. No sucede.

Son las cuatro de la mañana y sigo pensando en esas cosas que no te dije la última vez. Ya no me importas, pero ojalá te hubiera dicho eso que ahora viene a mi mente de madrugada. La ansiedad provocada por el "hubiera" es mi compañera fiel a estas horas.

La pantalla de mi teléfono brilla, es un texto de alguien que conocí hace poco. Sonrío. Me gusta que me provoquen sonrisas las palabras que tiene por decirme. Siempre las leo, me hacen feliz y automáticamente pienso que las está diciendo a tres personas más. Mi sonrisa se borra. Me he acostumbrado tanto a los cabrones que ya no espero nada. Los hombres se molestan de que no les crea nada antes de siquiera conocerlos. Pero nunca es diferente. Ya no me molesto en creer.

A veces creo que ilusionarme no estaría de más. Sentir de verdad y que me rompan el corazón como se debe si es necesario. Porque vivir así tampoco me salva de mucho. Se ha vuelto aburrido vivir a la defensiva y en automático, sin profundizar.

El otro día intenté enamorarme por una noche. Eso a veces funciona. Creer que todo es verdad mientras estás ahí. De cualquier manera, al despertar sabes que nada es real y no necesita serlo. O al menos he comprado esa idea que me he vendido yo misma.

Son las cuatro veinticinco de la mañana. Pienso en el cigarro que me fumaría en este momento si tuviera ese vicio. En cambio, yo consumo personas. Me fumo sus historias, sueños y miedos. Los escucho, los acostumbro y me voy. Desaparezco como el humo del último fume.  De cualquier manera, no tendría caso seguir ahí.

Estiro las piernas y dejo las plantas de los pies sobre los azulejos fríos, eso algunas veces me ayuda a conciliar el sueño. Escucho un grillo.  Me dejo arrullar por su ritmo. Vuelvo a la cama y pienso en esa canción que escuché ayer en el centro comercial. Ojalá me supiera su nombre, la letra me recordaba a ti y a mí. Pero como ya no somos, tampoco me importa tanto.

Cinco de la mañana. El cielo comienza a aclararse pero no lo suficiente. Abrazo una almohada y dejo el frío del textil refrescar mi rostro. Sonrío ante el placer momentaneo. Pienso en todo eso que quiero escribir y empiezo a soñar.

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